Lo que hay detrás de un trino

Una de las debilidades insuperables del pensamiento estatista consiste en creer que los individuos tienen algo de malo en su actuar o en su naturaleza que, por alguna razón inexplicable, se elimina cuando éstos forman parte del Estado.  En este caso, se convierten en seres humanos, preocupados por los demás y con un gran conocimiento (casi absoluto) para tomar decisiones por los otros. Nada más lejos de la realidad.

No obstante estoy por pensar que los funcionarios – elegidos y los que no – sí sufren algún tipo de transformación en su visión del mundo. Ésta no consiste en volverse “mejores seres humanos”, sino al contrario: se ven como superiores, con alguna extraña autoridad para obligar a los demás a ejecutar las órdenes que les sean asignadas y asumen que reúnen todo el conocimiento posible. En esto último, se vuelven – casi – tan arrogantes como los intelectuales.

Esta semana vi, con una mezcla de indignación y sorpresa, un mensaje en Twitter, enviado desde la cuenta de Germán Vargas Lleras que decía textualmente:

El pueblo de #Fonseca es testigo del cariño del Presidente @JuanManSantos: 718 #CasasGratis

No pretendo criticar únicamente a Vargas Lleras. Lo mismo aplicaría a otros funcionarios y políticos. No tengo nada personal en contra de ellos. Estoy de acuerdo con muchas de sus posiciones, aunque no con otras. No me parece que hagan las cosas mal. No creo que sean corruptos ni nada de eso.

Tampoco hablo desde el “bando” de los que se auto-proclamaron los líderes morales del país y que andan publicando fotos comprometedoras, según ellos, de Vargas Lleras. Ahora, después de no sé cuántos años de carrera política, justo cuando es candidato a la vicepresidencia, los adalides de la moral lo acusan de tantos crímenes que, de ser ciertos, es condenable que los que los conocían se hayan esperado todo este tiempo para denunciarlos, no ante la justicia, sino en las redes sociales.

También sé que ese tipo de afirmaciones se hacen porque están en campaña. Y así funciona la política. Y la gente vota por quién considera que le “mejora su calidad de vida”. Así, de manera directa: regalando cosas.  

Pero también se debe reconocer que esa sola afirmación refleja toda una forma de pensar. Ésta olvida que los recursos con los que cuenta el Estado no aparecen de la nada, sino que resultan de las contribuciones que, a través de impuestos y de deuda, hacen los ciudadanos. Desconoce, además, que por esas contribuciones, los individuos sacrifican parte de su consumo, ahorro o inversión.  

Ésta es un forma de pensar que considera que esos recursos le pertenecen al Estado y, por lo tanto, a los políticos. Así, se considera que ellos pueden destinarlos a cualquier uso y no para el que deben ser usados: la financiación de las funciones que le dan su razón de ser al Estado.  

Es una forma de pensar que considera que los ciudadanos son súbditos; que están obligados a dar parte de los ingresos con los que cuentan porque es el Estado el dueño de toda la riqueza existente. En últimas, desde esta visión, es el Estado el creador de toda riqueza. Olvidan, sin embargo, los seguidores de esta doctrina que lo único que hace el Estado es gastar lo que le quita a los ciudadanos a través de métodos coercitivos.

Es un pensamiento que decide ignorar que los recursos no son ilimitados y que, por lo tanto, cualquier acción que tome el Estado frente a ellos implicará distorsiones en las señales del mercado, en la asignación de los recursos disponibles después de la contribución y que, todo esto, genera consecuencias no anticipadas en los resultados del mercado.

Así, esta forma de pensar llega a plantear absurdos como que la construcción de casas para unos muy pocos que las necesitan son demostración de algo como el “cariño” que un presidente sienta por ellos. Esas construcciones no demuestran caridad, ni cariño. Demuestran que, en lugar de utilizar los recursos en lo que se debe (como seguridad y justicia), los políticos de turno han decidido gastarlos en estrategias para hacerse (re)elegir.

El candidato a vicepresidente, entonces, no debería sacar pecho, anunciando sentimientos que no existen. Más bien, debería sentir vergüenza porque promueve, con sus actos y declaraciones, no solo que el gobierno no cumpla con sus funciones reales, sino que se dedique a la compra de votos con recursos que le son ajenos.

Por su parte, los beneficiados con las casas, que seguramente se sentirán obligados a votar por quien supuestamente les mejoró la vida o por quien siente cariño por ellos, seguirán esperando más y más en el futuro. Así, la idea equivocada adquiere vida propia. Así, se reitera que las personas deciden su voto, no porque puedan mejorar su situación a través de su esfuerzo personal debido a que el Estado cumple las funciones que debe cumplir, sino que lo hacen a partir de estándares tan vacíos – y equivocados – como “W me dio trabajo”, “X me dio de comer”, “Y me llevó música” y “Z me regaló una casa”. Una sociedad que cree en ideas equivocadas, indignantes, es lo que refleja un trino.

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La decisión y los contra-argumentos: todo equivocado

La decisión del presidente Juan Manuel Santos de no acoger la recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para la concesión de medidas cautelares al exalcalde de Bogotá, Gusto Petro, me parece una mala decisión por dos razones. Por un lado, porque al ser una decisión política tiene menos legitimidad frente a la opinión pública que si hubiera tenido lugar la revocatoria. Por el otro, porque sienta un muy mal precedente, ya que este tipo de medidas, sin importar su contenido, limitan al Estado y protegen a los individuos.

Sin embargo, la indignación que la decisión generó en muchos intelectuales y analistas resulta un poco exagerada, así como fuera de contexto, equivocados o irrelevantes son algunos de los argumentos que se han esgrimido en su contra. A continuación discuto algunos de ellos.

Primero, se dijo que el presidente traicionó los principios de la política exterior colombiana. Esto es cierto en parte. Pero, no se debe olvidar que esos no son principios objetivos, sino que fueron los que percibieron unos autores hace algunos años. Es más, son contradictorios entre sí. Por ejemplo, se habla del apego irrestricto al derecho internacional público (DIP) mientras que se critica que no hay una política de Estado, sino de gobierno y, por lo tanto, cambiante cada cuatro (u ocho) años.

Pero más allá de que sean unas características que le han adscrito al comportamiento internacional del país, la verdad es que éste no fue un fallo, sino una sugerencia. Es decir, el gobierno colombiano no incumplió ninguna norma del DIP. Al contrario, aprovechó las existentes. Pero esto no lo aceptan los intelectuales colombianos, tan románticos e idealistas.

¿Qué la Corte Constitucional había dicho, en una sentencia, que estas recomendaciones se convertirían en obligatorias para el caso colombiano? Seguramente, iniciará un proceso en contra de la decisión. Pero, además, esta parte del argumento olvida que todo este drama comenzó porque, precisamente, el Estado colombiano ha creado un sistema jurídico tan complejo, idealista y detallado que resulta inútil y generador de conflictos (en lugar de solucionarlos). El Procurador sancionó a Gustavo Petro porque tenía la potestad y éste armó semejante espectáculo porque sus abogados encontraron todas las leguleyadas posibles para frenarlo.  

Segundo, otros dicen que la decisión pone en muy mal lugar a Colombia en el ámbito internacional.  Pero, ¿cuándo ha ocupado un buen lugar? Es cierto que la construcción de una reputación internacional es importante para la inserción de los países. Pero, así no les guste escuchar a nuestros intelectuales, tan románticos e idealistas, esa reputación no se construye porque se tenga un comportamiento ejemplar, sino porque se tengan atractivos (percibidos o reales). Uno de ellos es la economía, por ejemplo. Y la colombiana está mejorando. Así que son falsos y absurdos comentarios que vi en las redes como que Colombia pueda, por esta decisión, ser considerado un país paria, un rogue state o un estado fallido. Decir eso no es serio o demuestra una gran ignorancia de lo que está pasando y de cómo funciona el ámbito internacional.  

Tercero, se dijo que el respeto del DIP es el “arma de los débiles”. ¿Y? Lo importante del sistema regional de derechos humanos (coordinado por la Organización de Estados Americanos y compuesto por la CIDH y la Corte) no es que sea un arma para el Estado, sino una limitación de sus excesos. Además, repito,  así no les guste a nuestros intelectuales, tan románticos e idealistas, lo que se emitió fue una recomendación, pero no un sentencia. Eso sucederá si el caso pasa a la Corte, que tiene funciones judiciales y no solo políticas, como la CIDH. Allí el Estado colombiano ha sido condenado y ha cumplido. En caso de que no cumpliera un hipotético fallo sobre este caso, ahí sí podríamos hablar de irrespeto al DIP.

Cuarto, también se afirmó que la decisión demuestra que los derechos políticos no le importan al gobierno. Esto sí que generó indignación en nuestros intelectuales, tan románticos e idealistas. ¿Cómo es posible que se desprecien los derechos políticos, algo tan sagrado? Interesante es que esos mismos intelectuales que tanto lloran por los “derechos políticos” (así, en abstracto, sin explicarnos, exactamente, a quién y cómo se les violaron), ni se inmutan cuando se violan los derechos económicos. Como el de propiedad, por ejemplo. Al contrario, ahí sí celebran.

Sexto, se consideró que la negativa de Colombia debilita a la OEA. ¿De verdad? ¿Somos tan parroquiales como para pensar que porque no acatamos unas recomendaciones de la CIDH estamos debilitando a la OEA? Pero, además, ¿es que estaba muy fuerte? La OEA desde hace muchos años ha estado desprestigiada; es inútil. Más daño le hace hoy a la organización su inacción frente a la situación en Venezuela.  

Séptimo, en las redes sociales encontré varias expresiones de inconformidad por la decisión que degeneraron en lo de siempre: que en Colombia no hay democracia, que no hay estado de derecho, etc.  Por lo menos, en esto parece haber consenso. Todos se quejan por lo mismo: los uribistas, los izquierdistas radicales, los petristas, los del partido verde, etc., etc. Interesante es que sigue diciéndose que no existe democracia y todos participan, expresan sus ideas y críticas y, lo más importante, no son víctimas de violencia directa por ello. Incluso, llegan al poder. Es decir que hemos avanzado, sin negar lo mucho que falta. ¿No es eso algo positivo? Para los colombianos, tan auto-críticos e inconformes, seguro la respuesta es no. Para nosotros siempre estamos peor, somos inviables, vamos en proceso de destrucción.

¿Que lo de Petro fue una persecución? Es posible. Pero igual persisten mecanismos judiciales para que él demuestre la injusticia cometida. Por su parte, que el gobierno no haya aceptado unas recomendaciones no creo que acabe con toda la institucionalidad existente. Fíjense que el problema es el exceso de institucionalidad y no la falta de ella. La telenovela en la que se convirtió el caso Petro demuestra es que hay un exceso de instrumentos legales y no su falta.

En último lugar, los que consideran que no hay estado de derecho confunden el DIP con el ámbito doméstico. En el internacional, no existe el principio del imperio de la ley. Sería ideal que existiera pero no es así. Por eso, tal vez, nuestros intelectuales, tan románticos e idealistas, confunden sus deseos con la realidad.

COMENTARIO ADICIONAL. No crean que olvidé que les había prometido mis comentarios sobre los resultados de PISA y la complejidad del sistema educativo. Despacio, pero voy avanzando. 

 

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Fantasías útiles

La semana pasada Colombia fue sorprendida con la noticia de un atentado en contra de la candidata Aída Abello, reconocida líder de la izquierda democrática y cuya historia está marcada por la persecución, hasta el punto que tuvo que abandonar el país luego de otro atentado en su contra a mediados de los años 90. Tal vez precisamente esa historia llevó a que la noticia generara tal impacto. Editoriales y análisis se apresuraron a condenar el atentado.

En un primer momento, se pensó lo obvio: las fuerzas de la extrema derecha volvieron a ensañarse en contra de la candidata. Como en el pasado. Ella misma confirmó que éstas eran sus sospechas en declaraciones a los medios.

A pesar de lo anterior, lo realmente sorprendente es que no haya generado el mismo impacto la noticia – también sorpresiva – de que el atentado no fue adelantado por grupos de derecha, sino por la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), como este mismo grupo lo reconoció.   

El uso de la violencia en medio de la campaña política es condenable. Por ello, es comprensible la alarma que generó el atentado. También, es comprensible que (casi) nadie les haya creído a las autoridades cuando éstas afirmaron que el atentado había sido cometido por el grupo guerrillero que finalmente aceptó los hechos. Por un lado, siempre existen temores a que la historia se repita. Por el otro, nuestras autoridades no se han ganado la confianza como resultado de los muchos excesos en los que han incurrido.

Sin embargo, éstas tenían razón. ¿Y la respuesta? Hasta el momento de escribir estas líneas: ninguna. Nadie ha aparecido con una editorial en la que se reconozca el error. La candidata no ha concedido una nueva entrevista (por lo menos en los medios en Internet) para retirar lo dicho en la anterior. Nadie ha aceptado el error de comprensión del atentado.

No quiero dedicar estas líneas a criticar tal posición. Así es. Así ha sido. Así seguirá siendo. Pero lo que sí quiero es tratar de comprenderla. Me parece que esta actitud es la esencia misma de la supervivencia política de las posturas estatistas (y no solo de izquierda): la promoción del terror, de los escenarios apocalípticos, así sean estos meras fantasías. A su vez, ¿qué puede explicar la necesidad de recurrir a esta estrategia? La incapacidad que tiene cualquiera de esas ideologías de sustentar, a través de la lógica y de la deducción (no de ejemplos puntuales, de cifras o de casos extremos), sus posturas. A falta del uso de la razón, apelan a argumentos metafísicos.

No digo que ésta sea una estrategia deliberada. Puede que no. Pero es necesaria. Los estatistas no pueden reconocer que, en este caso, Colombia no es el mismo país de hace diez, veinte o treinta años. Lo único que pueden creer es en un país que, siempre, va hacia una situación peor. Por eso, según sus planteamientos, es necesario un cambio de sistema, de modelo. Esto lleva, en el caso de algunos estatistas, como los del Uribismo, a caer en la contradicción de que, a pesar de haber tenido ocho años en el poder, consideran que la situación empeoró desde el día uno del gobierno de Juan Manuel Santos.

Del lado de la izquierda, la posición es un poco más sencilla porque nunca han tenido el poder. Y cuando lo tienen, como en las sucesivas alcaldías de Bogotá, justifican los desastres como resultado del desviacionismo de Lucho, de la corrupción de Moreno o de la fantasiosa persecución a Petro.

Reitero que comprendo que la candidata Abello se haya apresurado a buscar culpables, basada en su experiencia. Pero es criticable que se hayan dejado llevar sus seguidores que, además, han permanecido en el país, a diferencia de su líder. ¿No se han dado cuenta que, a diferencia de los 80 y 90, las extremas están haciendo política desde la legalidad? ¿No les causó curiosidad, por lo menos, que haya un atentado, precisamente, contra Aída Abello, una candidata más, mientras que no lo ha habido contra figuras más importantes de la izquierda radical en el país?

Ahora bien, el hecho que no hayan pedido excusas o reconocido su error de interpretación tampoco se debe, creo yo, a una decisión deliberada, sino, más bien, a la creencia real que tienen en las ideas metafísicas, en las teorías de la conspiración. ¿No es más impactante rechazar el atentado porque lo ejerció una mano negra, fuerzas oscuras o algo semejante a rechazarlo por el error cometido por una guerrilla que, además, les genera simpatía por las ideas que ésta defiende?

La construcción de mártires es un proceso que les ha funcionado muy bien a las religiones. El estatismo, al ser una doctrina cuyas lógicas la ubican en la categoría de una religión más, también requiere de ello. Lo lamentable es que, para ponerlo de manera coloquial, el que pega primero, pega dos veces. Ya sabemos que el atentado lo adelantó la guerrilla. Esto demuestra, una vez más, la necesidad urgente de desmovilizar estos grupos ilegales. Sin embargo, no es esto lo que se está discutiendo, sino que la sola denuncia del atentado borró todo lo avanzado en el país en los últimos años y se está concentrando, una vez más, en la necesidad de cambiar de rumbo. La realidad dista mucho de las fantasías creadas, pero éstas es difícil desmontarlas.

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Palabras no son soluciones

Esta semana, al leer sobre los resultados de la Cumbre de la CELAC que tuvo lugar en Cuba, me acordé de una advertencia que les hago a mis estudiantes cuando deben entregar un ensayo para alguno de mis cursos: No porque repitan mucho una idea, quiere decir que la estén demostrando. En el proceso de aprendizaje se cae mucho en este error. Algunos estudiantes creen que porque hacen una afirmación en la introducción, luego la repiten en el cuerpo del ensayo y, al final, la incluyen como conclusión, quiere decir que esa idea ya está demostrada.

Pues bien, me acordé de esa advertencia porque la misma se debe extrapolar al quehacer de la política, más si hablamos de la decisión de actuar frente a hechos que se consideran problemáticos y que se han incluido en la agenda pública.

Con esto quiero decir varias cosas. Primero, que repetir una misma idea o un asunto problemático no es igual a solucionarlo. Segundo, que es necesario demostrar no solo la existencia del asunto, sino hacer conocer su dinámica, incluidas las razones y cómo se manifiesta. Tercero, que, para hablar de solucionarlo, no bastan las menciones al problema ni los diagnósticos, sino que se deben identificar las formas viables de solución de manera explícita.

No obstante, en la vida política, así como en mis cursos, muchas veces no se pasa de la repetición que se considera demostración. 

Fíjense que no voy a enfocarme en la tendencia, tan reiterativa en los políticos, de elegir un término, vaciarlo de contenido y de significado, y utilizarlo para referirse a todo lo contrario que significa. En la Cumbre esto es evidente en, entre otras, la supuesta defensa de la democracia que se hace nada más ni nada menos que desde Cuba y cuya referencia fue incluida en la Declaración final de la Cumbre por el Estado cubano.  

De lo que hablo es de algo más sencillo, más común y, por lo mismo, más dañino para la acción estatal y la solución de los problemas que se consideran públicos. El mejor ejemplo que se me ocurre es el de la pobreza. Estamos de acuerdo en que es un problema y hasta podemos conocer sus causas y su dinámica. Sin embargo, en la práctica, los estados repiten constantemente el lema de “tenemos que acabar (luchar contra, extinguir) la pobreza”. Para ello, se crean organismos en cuyo nombre no puede faltar el estribillo “de lucha contra la pobreza”. Y, en últimas, no se soluciona en nada el fenómeno. Lo dicho: no por decirlo muchas veces, se demuestra…o se soluciona.

Pues bien, la declaración de la cumbre de la CELAC es un paradigma de la tara a la que hago mención. Ésta se plantea dos objetivos principales: fortalecer el proceso de integración y fomentar el desarrollo (con muchos adjetivos, pero de eso no es de lo que estoy hablando).

Se considera que el de fortalecer la integración es importante porque, supuestamente, mejora la inserción de la región, así como su proyección en el mundo. ¿Cómo van a hacerlo? Pues de la manera obvia: ¡diciéndolo! Lo dicen en la introducción, en el punto 2 y en los 4, 5 y 6. Y en el 7 y 8. Como para que no quede duda, lo retoman en los puntos 76 al 78. Ninguna demostración, ninguna estrategia de fortalecimiento (más allá de la preparación de la cumbre con la Unión Europea del punto 78). Con la mención es suficiente.

El objetivo del desarrollo lo vinculan con el de democracia desde la introducción. Es decir, lo convierten en un asunto político. Interesante es que reflejan en todo el documento el diagnóstico que se hace sobre la falta de desarrollo en la región: la culpa es de los demás. Por ello, hacen llamados a la “comunidad internacional” para que disminuya la “fragilidad y desequilibrios sistémicos”. También en los puntos 10 y 11 reiteran que es necesaria la ayuda de los países desarrollados para acabar con la pobreza.

Tal vez como un esfuerzo para concretar el objetivo planteado, entre los puntos 11 al 23, 25 y 26, 42, 54, 57 al 60, 61 y 65, 66, se mencionan (no se dice nada de cómo se van a resolver) los problemas que ellos identifican como necesarios para hablar de desarrollo. Hablan de erradicación del trabajo infantil, del hambre, de la desigualdad, de la condiciones laborales, de la seguridad alimentaria, de la educación, de la agricultura, de la agricultura familiar, del Estado de bienestar, de la salud, de la vivienda, de los pueblos indígenas, del agua, de los bienes culturales, del comercio solidario, de las asimetrías, de los desastres naturales, de la corrupción, de la delincuencia organizada…ah, y de la cooperación internacional. La intención del documento es solucionar todos estos problemas, mencionándolos.

Pero es interesante notar que no solo los líderes políticos latinoamericanos creen que muestran su preocupación porque repiten hasta el cansancio lo mismo, sino que, además, crean una referencia circular. Todos los asuntos por los que demuestran preocupación creen que se solucionan por medio de otras cumbres, de otras declaraciones, de otras menciones.  

Por ello, entre los puntos 27 y 36 confirman su apoyo a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), en particular en los que tiene que ver con la lucha contra el cambio climático. Pero acá sí tienen una estrategia impecable para alcanzar estos propósitos: en el punto 63 afirman que los países de la CELAC tienen la intención de obtener más puestos en la burocracia de la Organización de Naciones Unidas y eso lo obtendrán a través del punto 64: apoyando la reforma de la ONU para que sea más “democrática”.

Y, además de la creación de referencias circulares, se cae en otro problema: la auto-complacencia. Como la idea es repetir mucho lo que les preocupa para que se asuma que así se soluciona, pues deben felicitarse por hacerlo. Así, en el punto 49 felicitan a Bolivia porque se desarrolló: lanzó un satélite, instrumento que, además, garantizará el ejercicio de los derechos humanos en ese país (!). En el 62 vuelven a felicitarlo por otra demostración de su desarrollo (!) en tanto es presidente del Grupo de los 77 (G-77). En el 55 se felicitan por una Cumbre para proteger la cultura. En el 56 felicitan a Colombia por su proceso de paz. En el 70, felicitan a Irán. En el 73, toman nota (no clasificó para felicitación) del tratado sobre comercio de armas. En el 74 vuelven a tomar nota de las reuniones de la CELAC con Rusia, China, Turquía, entre otros.

Vuelven las felicitaciones en el punto 75. Acá nos felicitamos todos por la puesta en marcha del Foro CELAC – China. La declaración termina, no con felicitaciones, pero sí con agradecimientos al presidente Sebastián Piñera (79) y a Costa Rica, Ecuador y República Dominicana (80 – 82). En el último punto, el 83, nos agradecemos todos por la realización de esta cumbre.

Y no vayan a creer que todo son alegrías. Muchas son las tristezas, nuevas preocupaciones de la región. La más importante, el punto 3, es el fallecimiento de un hombre de la talla de Hugo Chávez. En el punto 24 aparece Haití. En el 37, nuestros líderes se comprometen a investigar la drogadicción (?). En el 50 nos preocupa la situación de Argentina en relación con las Malvinas. En el 51, pedimos que nos dejen utilizar nuestros recursos naturales. En el 52, rechazamos el bloqueo a Cuba (razón de su subdesarrollo y no el pésimo modelo que tiene desde 1959). En el punto 53 nos declaramos una zona de paz y en el 67 manifestamos la preocupación por Siria. En los puntos 39 y 40 expresamos nuestra preocupación por el colonialismo y contra las certificaciones unilaterales, en particular, las que afectan a Cuba.

Pero el tema que reúne todas las facetas de lo que estoy mostrando es el de las armas nucleares (sí, hasta ese tema está incluido). Primero, se celebra la reunión sobre desarme nuclear en el punto 68. Luego, en el 71 se muestra preocupación por la situación nuclear en Medio Oriente. Pero lo que más preocupación les genera a nuestros líderes es el descubrimiento, nunca antes pensado por nadie en el mundo, de que una detonación nuclear sería una grave catástrofe mundial, de inconmensurables consecuencias humanitarias. Eso sí, después de la preocupación, pasamos a la auto-complacencia: en el punto 72 nos felicitamos porque, a través del Tratado de Tlatelolco, los latinoamericanos proscribimos ese tipo de armas en la región.

¿Ven? Muy centrada la declaración de la CELAC en los objetivos planteados. El resultado de todo lo anterior, además, es que para los dos objetivos esenciales (el fortalecimiento de la integración y el desarrollo), resultan rechazando tajantemente los únicos instrumentos que podrían ayudar a conseguirlos. En el punto 43 se habla de la necesidad de protegerse de las controversias con inversionistas extranjeros. En el 44, se pide una regulación del sistema financiero global. En el 45, se pide la condonación de la deuda. En el 46, se exige que la inversión extranjera beneficie solo a los intereses de nuestros estados y no de los privados. En el 47, se subraya la necesidad (!) de una planificación regional que puede ser asumida por la CELAC.

¡Ochenta y tres acuerdos! Sí, 83. Éste es el total de puntos que tiene la declaración. Y lo peor es que ninguno generará ningún efecto concreto, más allá de la mención que hacen de casi todos los temas concebibles y de actualidad. Lo peor es que los mismos temas se repiten en cualquier otra declaración de los procesos de integración latinoamericanos. Lo peor es que se repiten en las cumbres de cualquier organización internacional. Pero los problemas no se solucionan porque se mencionen mucho y la decisión de acabarlo no implica la acción y, mucho menos, las decisiones correctas para enfentarlo.

¿Cuál es el objetivo de las cumbres? De acuerdo con lo que he mostrado, al parecer, es evitar la solución de problemas a través del lenguaje. ¡Qué peligrosa tendencia!

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Debates perdidos

No sé qué será. Tal vez sea el hecho que en un mismo día pueden sucederse tres o cuatro noticias relevantes en el país. Tal vez sea el parroquialismo colombiano, esa actitud de desinterés por lo que sucede en el entorno global, complementada por la creencia, equivocada, de que somos el país más importante – por lo bueno y por lo malo – del mundo. No sé qué será pero existe evidencia para mostrar que en el país ignoramos muchos de los aspectos de los que podríamos observar en el resto del mundo para evitar cometer errores o, por lo menos, para no generarnos falsas expectativas.

No estoy hablando de la situación caótica, no anticipada, en la que nos encontramos debido a la destitución (que no es destitución pero que podría serlo aunque no se sabe si lo será) de Gustavo Petro. Tampoco hablo del ejemplo que tenemos en Venezuela y Argentina de los efectos de adoptar los modelos equivocados que todo lo prometen y que todo lo destruyen.

A lo que hago referencia es a un hecho más simple. Esta semana, dos reconocidos economistas estadounidenses, William Easterly y Jeffrey Sachs, tuvieron su enésimo intercambio sobre el tema que los ha enfrentado por muchos años: la efectividad de la cooperación internacional. Lo interesante de este intercambio es que, al final, ambos contradictores han llegado al mismo punto, defendido por Easterly desde el principio: la cooperación internacional no genera desarrollo, ni crecimiento. A lo sumo puede generar algunos resultados positivos en ciertos casos, en temas puntuales, enmarcada en circunstancias específicas.

Mientras esto sucede en el mundo, en Colombia, como si nada, el presidente del Senado, Juan Fernando Cristo, propone una novedosa iniciativa: ¡un Plan Colombia II! Lo peor es que la expone en Estados Unidos, país donde ha tenido lugar el intercambio que les mencioné.

La propuesta no sería criticable si, en su esencia, no partiera del supuesto del que parte y que se resume en que la cooperación internacional es la mejor forma para generar desarrollo. Cristo considera que un nuevo Plan Colombia es necesario para ayudar en el proceso de consolidación del Estado, en el posconflicto y en el crecimiento de las regiones más pobres del país. Lo ridículo del caso no es solo que esté tan equivocado sino que lo esté, teniendo a su disposición todo lo que se ha escrito sobre el tema y que, como les dije, esta misma semana se movió hacia un consenso que antes nunca se había dado.

Pero además de esto, la propuesta del senador no puede ser bien recibida en Colombia por muchas razones. Primero, porque desconoce las molestias que el Plan Colombia en su primera versión generó en el país y que seguro resurgirán en cualquier versión que se impulse. Mucho se discutió sobre la subordinación a los Estados Unidos y sobre la incapacidad del gobierno colombiano para definir los usos de los recursos.

Ahora, si me dicen que esta vez no habrá problema porque este plan está pensado en los temas “sociales”, pues eso demostraría que somos un país de hipócritas y de oportunistas (segunda razón), como lo es el senador Cristo. El problema no era, entonces, que hubiera una subordinación del país a los Estados Unidos sino que los recursos se gastaran en lo que las “mayorías” no esperaban.

Y esto lleva a la tercera razón. El Plan Colombia original fue criticado por su énfasis en lo militar. Tal vez, si el énfasis está en lo “social” servirá para generar crecimiento o desarrollo. Además de falsa, esta idea desconoce el hecho que los recursos seguirán siendo invertidos según los intereses estadounidenses. En el mismo sentido, desconoce que no estamos hablando de cualquier país, sino de Colombia, en donde un día sí y el otro también escuchamos escándalos de corrupción. ¿Quieren ponerles más recursos a disposición de los corruptos?

Un punto adicional es que exigir más cooperación es desconocer que Colombia ya no es el mismo país, de ingresos bajos y de bajo crecimiento, de hace algunos años. Yo sé que es muy difícil creer que las cosas están mejorando porque es mejor quejarse, como nos gusta, y pensar que todo es desastroso. Pero las cosas han cambiado, aunque de manera lenta. Eso lo demuestran no solo las cifras sino aspectos cotidianos como el consumo de proteínas, el acceso a bienes y servicios, entre otros.

Que falta mucho, replicarán algunos. Es cierto. Pero eso no quiere decir que podamos, a través de una fórmula mágica acelerar la inclusión de los más desfavorecidos o eliminar de un tajo la pobreza y la miseria en el país. Para hacerlo necesitamos responsabilizarnos por nuestro destino y éste es otro elemento que afectaría un Plan Colombia II (cuarta razón). Cuando se propuso el primero, les dimos la responsabilidad a los gringos (como de manera despectiva nos referimos a los que, cuando nos conviene, llamamos nuestros principales aliados) del manejo y definición de nuestro conflicto armado y del tema de las drogas. ¿Ahora también los vamos a responsabilizar por eliminar la pobreza y por generar desarrollo? Eso sí ya es el descaro absoluto.

La última razón que encuentro es que apoyar esta iniciativa plantearía un retroceso en la construcción de la identidad del país en el ámbito internacional. Es cierto que Colombia no es ningún líder en ningún lado, como pretendía el presidente Juan Manuel Santos. Pero lo que sí es cierto es que hemos dejado de lado la actitud de “pasar el sombrero”, de mendigar recursos por todo el mundo que tuvimos hasta finales del primer gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

Que nos vean en el mundo como iguales, que podemos competir en igualdad de condiciones, por ejemplo, puede ser molesto para algunos (como los proteccionistas), pero ésta es la fuente de otros logros como los incrementos en la inversión extranjera, la eliminación de visas (que también les molesta a algunos, pero que beneficia a tantos), la puesta en marcha de acuerdos comerciales (que tantos detestan pero que mostrarán sus beneficios en el largo plazo), entre otros.

Por todo lo anterior, el senador Cristo debería haber pensado mejor su propuesta y haberse limitado a callar que se le da tan bien. En el entretanto, ésta pasó de agache entre los avisos de tutelas que benefician al alcalde Petro y la noticia de profundas implicaciones políticas, económicas y sociales que capturó la atención del país por estos días: la lesión de Falcao. Ojalá que la falta de atención también signifique su pronto olvido.

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¡A la hoguera! (Y no lo dice el Procurador)

Inadmisibles, odiosas, ignorantes, desagradables. Éstos son algunos de los adjetivos que se me ocurren para calificar las declaraciones de la señora María Luisa Piraquive en el video que esta semana se conoció en Colombia y en el que la líder de una de las muchas iglesias cristianas del país explica su posición frente a la posibilidad de que un «discapacitado» se convierta en pastor de su iglesia.

Es inaudito que aún persistan visiones tan ignorantes sobre los individuos que se consideran diferentes. Lo que me parece esperanzador es que casi nadie ha salido en su defensa. Al contrario, el video apareció – y comenzó a circular – de manera espontánea, lo que demuestra la indignación que esas palabras causaron en gran parte de la población. Tanto es así que el tema se convirtió en uno de interés nacional.  

Sin embargo, esta indignación, como suele suceder en Colombia, pasó a ser rápidamente un llamado a la acción de las autoridades. Nos hemos acostumbrado a que, ante cada hecho con el que las mayorías estén en desacuerdo o que les moleste, se debe resolver con la intervención del Estado. No me quiero imaginar si aún existieran los castigos físicos como las hogueras, las horcas o la guillotina lo ocupadas que estarían por estos días.  

Pero no. Ahora existe la famosa ley anti-discriminación. Tan pronto el video llegó a los medios, comenzó a pedirse su aplicación. Tal vez porque eso no es posible o por la dificultad de demostrar el hecho, muy rápidamente la venganza se centró en la investigación de los manejos financieros que la familia Piraquive le ha dado a sus bienes y a su empresa, la Iglesia cuyo nombre es mejor no aprenderse.

¿No deben rechazarse las declaraciones de esta ignorante líder cristiana? ¡Claro está! Y eso es lo que ha hecho una gran parte de la población. En consecuencia, lo que se puede esperar es que algunos de sus seguidores actuales y muchos de los potenciales, decidan irse a otra empresa…perdón, iglesia. No hay peor sanción para esta señora que la generada por el fracaso de su fuente de ingresos y de expresión de odio. 

Lo que sucede es que esa sanción depende de la decisión de las personas y no del Estado. Recién promulgada la ley anti-discriminación la critiqué por diversas razones. Una de ellas es el hecho de que el Estado no puede eliminar las acciones que sean consideradas censurables por las mayorías. Para eso están los individuos y su capacidad de decidir.

No todo lo que no nos guste que hagan los individuos puede ser objeto de cárcel o de persecución por parte del Estado. ¿Y si la Iglesia no desaparece? Pues eso también depende de los individuos. Si muchos de ellos creen ciegamente en lo que semejante personaje les dice, no hay nada qué hacer. El Estado no puede obligarlos a pensar diferente. Ojo, esto es importante. ¿Acaso ésa no es una de las principales críticas a la labor que ha adelantado el Procurador? Si no nos gusta lo que Alejandro Ordoñez ha tratado de hacer al imponer su visión de lo correcto o moral, no podemos hacerlo a los demás.

En el mismo sentido, está el tema de la responsabilidad. Cada individuo es responsable de las decisiones que toma y de las cosas en las que cree. Si éstas son tan tontas como las expresadas por esta señora Piraquive, seguramente serán objeto de sanción moral. Pero ésta no tiene que ser por medios legales.

Como decía, la persecución se está dando también en el plano financiero. ¿Es la familia Piraquive lavadora de activos, ladrona o evasora de impuestos? Eso no lo sabemos en este momento. Para afirmarlo tenemos que esperar al resultado de los procesos en curso.

Por ahora, lo que quiero discutir es lo siguiente. Recuerdo que alguna vez, hace muchos años, salió publicado un informe en la desaparecida revista Cambio en el que se cuestionaba la oscuridad sobre los manejos financieros de esta iglesia. ¿Nunca las autoridades tuvieron en cuenta esas denuncias? Porque lo que resulta preocupante en este caso no es si ella ha cometido delitos o lo absolutamente ignorante que es, sino la gran ineficiencia de nuestro Estado.

Tenemos que esperar a que existan escándalos de personas específicas para que el Estado decida cumplir su función de ejercer justicia. En este sentido, además de ineficiente, nuestro Estado funciona como un showman: a partir de los aplausos. Si una causa es popular, la investiga. Si no, la deja en el olvido. ¿Es a este Estado al que las mayorías pretenden darle el poder de sancionar a los que discriminan? No puedo entender esa elección.

Me parece muy bien que la investigación se haya iniciado. Ojalá ésta continúe y nos permita saber si, además de ignorantes y discriminadores, la familia Piraquive está conformada por delincuentes. En el entretanto, los colombianos tenemos que dejar de actuar sin pensar en las consecuencias de nuestros actos. Por defender los derechos, se le otorgaron funciones casi ilimitadas a la Procuraduría y miren en la situación en la que nos encontramos en Bogotá hoy, como resultado de haber puesto esa organización en las manos equivocadas.

Siempre existirán personas que nos desagraden por su forma de ser, de actuar o por sus ideas. Pero no porque no nos gusten a las mayorías, podemos actuar como si aún viviéramos en la época de la cacería de brujas. Las hogueras, la persecución, la venganza y el odio dejémoselos a personajes como el procurador y la señora Piraquive. El resto de los individuos, que aún tienen la capacidad de indignarse por todo lo malo que ellos representan, no puede caer en sus mismos métodos para sancionar a los que afectan la vida en sociedad. Una sociedad liberal se reconoce por la existencia de todo tipo de personas e ideas, incluso por los que tienen ideas que nos desagradan. Tratar de silenciarlos, incluido el uso de leyes políticamente correctas, es una forma de darles una victoria, tal vez no como personas, sino a las ideas que representan.

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El caso Petro: tareas pendientes en Colombia

La decisión del Procurador General, Alejandro Ordoñez, de destituir e inhabilitar al Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, demuestra muchas de las tareas pendientes – y urgentes – que tenemos en Colombia para avanzar en el eterno proceso de construcción de sociedad.  

Primero,  se hizo evidente la necesidad de delimitar y de definir las funciones del Estado y de sus órganos. No solo es la falta de claridad sobre si el Procurador se extralimitó en sus funciones. Tampoco son claros los casos en los que un representante elegido en las urnas puede ser destituido por un ente de control o por una decisión judicial. Mucho menos está definida la delgada línea entre el acatamiento de una sentencia y la posibilidad de manifestar su desacuerdo por parte del funcionario afectado. Ni qué hablar de la potestad que tiene un funcionario elegido de convocar a manifestaciones públicas para ser defendido por las mayorías o del uso que se le puede dar a los canales de televisión locales financiados con recursos públicos y cuya autonomía editorial no está clara.

Todo esto se evidenció en este caso, pero existen muchos otros en los que no están definidas ni las funciones, ni los alcances que tienen los órganos del Estado. De hecho, cada vez que existe una decisión sobre el desempeño de algún funcionario se crea un profundo debate entre juristas del país sobre las normas que permiten o no la ejecución de tal decisión.

Por lo anterior, el país está en mora de establecer funciones definidas, claras, transparentes que establezcan lo que se puede o no hacer y las actuaciones tanto de los funcionarios como de los órganos que representan. Y esto, déjenme decirles, es otra forma de decir que necesitamos de manera urgente un proceso de limitación del Estado.

Precisamente, la incertidumbre que existe sobre este aspecto dio lugar a las suspicacias que, en este caso, llevaron al escalamiento del movimiento ciudadano en defensa del Alcalde Petro. Por ello, es que la decisión se ha considerado como un ataque de la “extrema-derecha” o como un ejemplo de la supuesta falta de democracia en el país. Siempre que se toma una decisión judicial o disciplinaria algún grupo o conjunto de grupos sociales se siente excluido o perseguido.

Esto último, a su vez, demuestra un segundo aspecto faltante en Colombia. Éste tiene que ver con la definición de los principios generales, de las reglas básicas sobre las cuales nos podemos construir como sociedad y que facilitan el control de la violencia y la consecución del bienestar.

En general, esta tarea se ha reducido a la supuesta necesidad de definir un objetivo común; a la construcción de nación. Sin embargo, esta forma de abordar el tema es equivocada, como lo demostró Friedrich Hayek en su obra Derecho, Legislación y Libertad. No existen objetivos comunes a toda la sociedad. Cada individuo define sus propios objetivos y, para alcanzarlos, coopera con sus semejantes a través de la creación de organizaciones. Pero no existe posibilidad de que todas las organizaciones compartan los mismos fines.

En consecuencia, lo único que se puede hacer es tratar de verbalizar las reglas generales a través de las cuales esos individuos y sus organizaciones han interactuado en la sociedad. En esta tarea pendiente no es necesaria la creación de esas reglas, sino simplemente el reconocimiento de las prácticas sociales ya existentes y que han servido para mantener, así sea de manera muy frágil, nuestra sociedad.

Las dos anteriores tareas pendientes plantean otro desafío. Nuestros legisladores se han dedicado a producir normas para regular todos los aspectos de la vida individual y social, pero no han cumplido las tareas que les dan su razón de ser a los órganos legislativos.

Por un lado, en Colombia contamos con regulaciones (leyes, las llaman) que afectan las decisiones económicas, la creación de organizaciones, los bienes que se consumen, la discriminación, las bebidas alcohólicas, el cigarrillo…Escojan ustedes el tema y encontrarán alguna disposición “legal”. Por otro lado, no obstante, no contamos con transparencia ni claridad sobre cuáles son los principios generales que nos permiten vivir en sociedad ni, mucho menos, sobre los límites que tiene el Estado y sus funcionarios.

¡El mundo al revés! Nuestros legisladores se han dedicado a regular nuestra vida en todos los aspectos pero han dejado de lado la limitación del poder estatal.   

Tal vez todo lo anterior se deba a la última tarea pendiente a la que quiero hacer referencia. Colombia sigue siendo una sociedad corporativista. No tenemos una noción de sociedad incluyente porque despreciamos la noción de individuo. Nos hemos quedado, como lo hacen las sociedades no evolucionadas, en la existencia de grupos que buscan controlar el poder para beneficiar a sus propios miembros. A los demás, los eliminan. Y, ojo, esto no lo hace únicamente la “extrema-derecha”. La Alcaldía de Petro se ha presentado como una reivindicación de algunos sectores sociales en contradicción con otros y no como al servicio de todos. En el mismo sentido, las movilizaciones que han salido en su defensa se presentan en oposición a quiénes consideran son sus enemigos.

Con todo lo dicho, el caso de Petro, termine como termine, no es tan negativo como se ha percibido. Creo que estamos en una coyuntura privilegiada en la que se han hecho evidentes las tareas que tenemos pendientes como sociedad. Y existen mecanismos para adelantarlas. No se trata, como han pretendido algunos, de nombrar, en las próximas elecciones, personas que se consideran superiores moral o intelectualmente, sino a quiénes demuestren la capacidad de cumplir con las tareas que se requieren.

No se trata, entonces, de crear una sociedad perfecta a través de la ley, sino de utilizar la ley para lo que realmente sirve. Los ciudadanos tenemos que responsabilizarnos por el importante papel que jugamos en ese proceso y dejar de creer en la existencia de fórmulas mágicas sobre lo que es la sociedad. No podemos darnos el lujo de perder esta oportunidad: tal desperdicio del voto es lo que han demostrado los ciudadanos bogotanos en las últimas tres elecciones.

COMENTARIO ADICIONAL. Lo que he descrito hoy se demuestra en todo. ¿No les parece paradójico, por decir lo menos, que ahora la izquierda colombiana, tradicionalmente anti-estadounidense y nacionalista, saludó con entusiasmo las declaraciones del nuevo embajador de Estados Unidos en el país? Y los uribistas, en un arrebato de anti-americanismo nunca antes visto, las rechazaron.

COMENTARIO ADICIONAL II. En el mismo sentido se explican las preocupaciones por la investigación en curso en contra de Iván Cepeda. No se confía en las decisiones judiciales o disciplinarias porque no existe claridad en los límites del Estado ni en sus funciones.

COMENTARIO ADICIONAL III. No hay que sorprenderse tanto por la preocupación expresada por Naciones Unidas u ONG como Human Rights Watch: es natural; es su razón de ser. Siempre están tratando de buscar funciones para persistir en el tiempo.

COMENTARIO ADICIONAL IV. No crean que olvidé mi compromiso de profundizar en la discusión del tema educativo. En eso he trabajado toda la semana y espero publicar muy pronto la primera entrega.

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PISA y Educación: algunos puntos para comenzar el debate

La noticia de esta semana definitivamente fueron los resultados de Colombia en las pruebas PISA (Program for International Student Assessment)Los pésimos resultados han desatado un fuerte debate nacional.

Con esa capacidad a la auto-crítica que tenemos en el país, se han perdido de vista varios aspectos que no son del todo negativos. Primero, el debate mismo. El hecho que el tema haya generado tanta preocupación demuestra que todavía tenemos alguna habilidad para discernir entre lo importante de lo urgente – o de lo anecdótico. Segundo, el debate no se está dando solo en Colombia. En Estados Unidos, Francia y España los resultados también han generado preocupación. Tercero, no se debe olvidar que estamos muy mal ubicados en un grupo de países que han decidido, unilateralmente, participar. Muchos otros de América Latina, por ejemplo, ni siquiera se atreven a exponer a sus estudiantes a las pruebas.

No obstante, los puntos dos y tres que acabo de mencionar pueden sonar a – y, en efecto son, puras – patadas de ahogado. La verdad es que no importa cuántos sean ni si el problema no es solo para Colombia. Al país le fue muy, muy mal en las pruebas, lo que demuestra, no que nuestros jóvenes, que ya casi llegan a la universidad, tengan pocos conocimientos, sino que con los que cuentan no les sirven para resolver problemas prácticos. Es decir, para enfrentarse a la vida. Por ello, no cuentan con herramientas suficientes para ser exitosos en el futuro.

Con algo tan grave en mente, sin embargo, el debate que se está presentando no le da la talla a los problemas evidenciados. Además de nuestra capacidad de auto-crítica (molesta por lo excesiva, pero necesaria) se ve afectada por la forma como, en general, abordamos los debates.

Primero, todo ha quedado en buscar culpables específicos. Unos han culpado a los profesores, quienes ya se han defendido y acusado a los estudiantes. Seguramente como éstos no tendrán ni idea de cómo les fue (nuestros jóvenes no se caracterizan por su interés por la actualidad política ni por su interés por…algo), la cadena de culpas se diluirá en el tiempo.

Por otro lado, algunos han pedido la cabeza de la actual ministra de educación. Otros han pedido, además, la de la ministra del gobierno Uribe. Asumamos que las obtengan: ¿con eso ya se soluciona el problema? No es posible que haya alguien que crea que el resultado se debe a que la ministra de turno haga bien o mal su trabajo, que es político, en Bogotá.

Pero como así se piensa, esto refleja un problema más profundo que, además, afecta casi todos los debates sobre asuntos públicos en el país. Éste tiene que ver con que se presume que el desempeño de la sociedad (en su economía, en su ética, en los servicios que se proveen o, claro está, en la calidad de su educación) resulta de la planeación, coordinación y diseño que se haga desde el gobierno.

Y esta idea es completamente equivocada. La educación, así como la mayoría de fenómenos sociales, es un sistema complejo, producto de la interacción entre los individuos, su capacidad de organización y la estructura de incentivos – formales e informales – existentes.

El no reconocer lo anterior lleva a una simplificación exagerada de las cuestiones a debatir que, paradójicamente, resultan en la complejidad excesiva de su verdadera naturaleza. Ejemplos de esto último son los enfoques que se le han dado a la cuestión de los malos resultados y que se han concentrado únicamente en pensar que la solución será el incremento de la financiación estatal a la educación pública o, como he visto en redes sociales, al cambio del modelo “neoliberal” que supuestamente existe en el país.

Me explico. En Colombia (como en otros países) no aceptamos que el sistema educativo sea resultado de muchos factores que no podemos controlar de manera directa, sino que resulta de la interacción entre miles y miles de individuos. Así, los problemas del sistema educativo que tenemos son resultado de miles de estudiantes, de sus familias, de los profesores, del entorno en el que se encuentran, de los valores que ellos tienen, de sus prioridades, de sus planes, entre muchos otros factores. A su vez, todo lo anterior tiene relación directa con el entorno social que condiciona esos planes, los modelos mentales que se crean y de las necesidades que tienen percepciones específicas sobre cómo puede ser alcanzadas o satisfechas.

Por lo anterior, la única forma de mejorar el sistema educativo existente es a través de su mayor descentralización. Dicho de otra manera, a través de su liberalización. En la recepción que esta simple afirmación tiene demuestra que no se pueden concebir soluciones aparentemente simples. Preferimos grandes planes, con miles de metas, que deban ser ejecutados por pesados ministerios para tener a quién culpar por nuestra incapacidad de lograr nuestros propios objetivos.

Como lo que acabo de afirmar es considerado casi un sacrilegio en diferentes ámbitos y como un despropósito o una propuesta ignorante, en otros, se debe profundizar en ella. Proponer que la solución al problema de la educación solo se logra a través de su liberalización no es bien recibido por las mayorías.

Sin embargo, es la única solución, además de lo dicho, por la naturaleza misma del servicio del que estamos hablando. La educación no es un bien público, aunque sea algo deseable. No es un bien público porque no cumple sus características (no es rival ni excluyente). Por lo tanto, la mejor forma de su provisión es a través del mercado. Es más, ésta es la única forma de mejorar su calidad.

Pero esto es impensable, irrealizable. Nadie va a proponer, mucho menos aceptar, que el Estado deje de intervenir en un sector que se considera estratégico. Con esta realidad, es necesario, sin embargo, introducir el componente de competencia en el sistema educativo. Un sistema de vouchers como el propuesto desde hace décadas por Milton Friedman es la mejor solución, demostrada por diferentes sistemas educativos en el mundo.

Para lo demás, lamento decirles que no existe mayor cosa para hacer. Como demostró F.A. Hayek hace muchos años, los sistemas sociales complejos no pueden ser alterados ni diseñados para alcanzar fines previamente definidos porque no tenemos, como humanos, la capacidad para hacerlo. Sobre lo demás, trataré de volver en próximos comentarios adicionales semanales. Estoy leyendo juiciosamente los volúmenes del informe PISA y mirando la base de datos que proveen para contrastar lo mucho que se ha dicho hasta el momento con lo que se propone.

Por lo pronto, ojalá la próxima semana a Álvaro Uribe no se le ocurra decir otra bobada más, ni que Juan Manuel Santos decida salir haciendo otra payasada o que las FARC hagan otra de sus absurdas propuestas porque podríamos perder lo poco que hemos avanzado en un debate que sí es importante para el país y del cual, ojalá, salgan resultados reales y no contentarnos con una renuncia más de una ministra a la que seguramente le hubiera ido muy mal en PISA, así como a los senadores que tanto le exigen.

COMENTARIO ADICIONAL. De lo que he avanzado, ¿sabían que el país sí mejoró en su desempeño en todas las áreas? Mejoramos el promedio en matemáticas en 1,1 puntos, el de lectura en 3,0 y el de ciencias en 1,8. Así que el problema es que los demás países de la prueba están haciendo las cosas mejor que nosotros.

COMENTARIO ADICIONAL II. Otro hallazgo: ¿sabían que Colombia es uno de los países que mejor paga a sus profesores, como porcentaje del PIB, de la muestra?

COMENTARIO ADICIONAL III. Trataré de sistematizar toda la información y publicar, cuando la tenga, varios comentarios sobre ello.

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Historia del PIB mundial

Historia del PIB mundial

¿El milagro chino? No. Es la recuperación normal del lugar que desde siempre había ocupado. Lo que se debe estudiar de China es por qué perdió el lugar que, casi por naturaleza, tenía. India no ha podido recuperarlo. ¿Por qué? Además, interesante cómo Estados Unidos aparece, como de la nada, desde el siglo XIX. ¿Por qué? En los tres casos, la respuesta es una: factores institucionales que fomentan una mayor o menos libertad. Entre mayor libertad, se puede esperar una mayor creación de riqueza, en términos absolutos y relativos. ¿Y los países europeos? Bien, gracias.

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Diez hechos para el No-Gracias (Es decir, para no agradecer)

Al parecer ahora celebramos el día de acción de gracias también en Colombia. Pues bien, para no quedarme atrás decidí participar desde este espacio. Sin embargo, como mis comentarios no se caracterizan – infortunadamente – por el optimismo, decidí hablar de lo que no agradezco. Además, como ahora están tan de moda los conteos, me aventuré a hacer el mío.

Acá están los diez hechos por las cuales no se puede dar gracias en lo local (Bogotá), lo nacional y lo internacional. Comienzo por lo local.

  1. El cambio climático y Gustavo Petro. Desde que el Alcalde de Bogotá encontró que con este tema podría tener un respiro de su pésimo mandato, por lo menos fuera del país, la situación se empeoró para la ciudad: ahora es intocable no solo porque es la paz hecha hombre, sino que si lo tumban, estaremos destinados a una catástrofe ambiental.
  2. Los escándalos del Polo.  El Partido político cuyos líderes posan de adalides de la moral, se equivoca cada vez más. Respaldaron la corrupta administración de Samuel Moreno y ahora a Clara López, cuyo esposo está involucrado en el escándalo. No solo eso: ella fue una funcionaria activa, muy cercana a Samuel Moreno, durante toda su Alcaldía: ¿Para la izquierda tampoco aplica la responsabilidad política?
  3. Las próximas elecciones. Así se una o no la izquierda, se presente o no Clara López, este no es el peor problema para el país. Las próximas elecciones, al parecer, se definirán a partir de quién puede ofrecer más Estado. Ningún debate se ha dado en torno a los límites en las funciones del Estado. Por el contrario.
  4. Las peleas de las entidades de control. No encuentro los adjetivos suficientes (vergonzoso, inadmisible, criticable, condenable) para describir el molesto enfrentamiento entre los líderes de las “ías” (Contraloría, Procuraduría y Fiscalía). No han cumplido con sus  – poco claras – funciones por andar buscando protagonismo y llevar sus problemas personales a la agenda pública.
  5. La visión de los ciudadanos sobre para qué es el Estado. Los dos puntos anteriores, como lo he dicho en varios comentarios, se deben a la visión que tenemos los ciudadanos sobre las funciones del Estado. En Colombia nos creímos el cuento del Estado como un padre y hacemos énfasis en que debe proveernos de todo. La última versión son las manifestaciones en contra de la reforma a la salud que se resume en dos críticas, absurdas: la salud es un derecho (que no lo es) y, por lo tanto, su provisión debe ser ilimitada y “gratuita”. Entre otras, lo que los críticos no se cuestionan es: ¿quién paga?
  6. La eterna discusión sobre las cifras. Lo anterior se debe, en gran parte, a que a los medios solo llegan las opiniones de algunos, que entienden las cifras desde sus modelos mentales fatalistas y conducentes al estatismo. Si las cifras son negativas, creen que están viendo en desarrollo sus escenarios catastróficos. Si no, las ponen en duda.
  7. La “movilicitis”. Creo que lo que no se debe agradecer en este punto es la palabra que me inventé. Pero lo que quiero decir con ella es que la sociedad colombiana se obsesionó con las marchas, las movilizaciones, los paros y demás. La cosa ya es casi enfermiza. Hay marchas para todo, casi todos los días. Lástima que todas estas movilizaciones sean para exigir menos libertad y no más.
  8. El tema de Nicaragua. Lo que está sucediendo con Nicaragua, la segunda demanda contra Colombia, demuestra varias cosas. La primera, preocupante, es que el Estado colombiano no es capaz de cumplir, ni siquiera, con las funciones en las que todos estamos de acuerdo. Pero también demuestra que es necesario actuar, con una estrategia política, ante el hostil vecindario en el que se encuentra el país. Comparto la visión de analistas, como Laura Gil, sobre la necesidad de negociar para este caso puntual. Pero creo que la discusión se está quedando en el ámbito jurídico, sin tener en cuenta que en el ámbito internacional eso no es lo que más importa.  
  9. Lo que muestra el acuerdo con Irán. No sé si agradecer, pero sí debe apoyarse el acuerdo alcanzado con Irán. Ésta es una buena noticia para el mundo porque disminuye las posibilidades de una guerra y, además, frena las intenciones bélicas – molestas, insoportables – del gobierno de los Estados Unidos. No obstante, también muestra la incapacidad de regímenes, como el iraní, para cumplir con sus promesas domésticas. Por ello, siempre recurren al chantaje internacional para tapar su incapacidad y, de paso, parecer interesados por la paz. Lo peor de todo es que muchos les creen.
  10. Lo dicho por el Papa. Nunca he abordado el tema del Papa. No me interesa. No obstante, esta semana, al criticar el capitalismo, la ambición y el individualismo (es decir, lo que todos critican. Nada nuevo) se demostró, una vez más, que la iglesia es lo más anti-natural, anti-ser humano que puede existir. Como el socialismo. Lo paradójico es que por ello persisten: se basan en creencias que no se pueden comprobar, alimentan a los individuos de esperanzas que nunca se sabe si se cumplirán y, en el entre tanto, alimentan su poder de discursos vacíos y de la generación de temor en sus seguidores.

En resumen, no hay nada para agradecer en relación con el Estado. A pesar de todo ello, la persistencia de espacios para el crecimiento individual y la existencia de individuos que los aprovechen para perseguir sus intereses: esto es por lo que se debe agradecer siempre. La individualidad, la existencia de la libertad es por lo que realmente se debe estar agradecido.

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